Y, sin mediar palabra, clavó sus ojos en los de Andrés.
Este pudo observar claramente el odio y el rechazo que la mirada de la chica desprendía, y el gris acerado de sus iris, frío como el hielo, agresivo con un disparo a bocajarro.
Intentó sostenerle la mirada, pero la determinación de Maite parecía obligarlo a bajar los ojos, a cerrar los párpados, a olvidar esos ojos que asesinaban con la mirada. Los mismos ojos con los que Nerea lo miró cuando, teniéndola atada, se acercó a ella para estrangularla. Los mismos ojos que lo perseguían en sueños noche tras noche, acusadores, irradiando una furia incontenible.
El viejo hombre agachó la cabeza, y fijó su mirada en un punto perdido del suelo, que estaba manchado con su sangre y con el hollín del pequeño incendio.
Ahora Maite ya no lo miraba, ahora se había encarado a Carlos. A escaso un palmo del rostro de este, la muchacha observaba fijamente sus verdes ojos, como si indagase en su mente, sondeando hasta el más recóndito rincón de su alma, penetrando sus entrañas con la mirada.
Cuando él quiso apartar la cara, dos finas pero férreas manos lo obligaron a acercar el rostro al de la chica. Cerró los ojos, tenía muchísimo miedo, creía morir por momentos, es más, deseaba morir en aquél instante.
Al soltar la cabeza de Carlos, Maite cogió un candil, lo encendió y subió escaleras arriba, dubitativa y temblorosa. No quería ver lo que allí le esperaba y, sin embargo, se veía en la obligación de subir.
Llegó al final de la escalera, abrió la puerta, y vio a sus amigos, atados en un círculo, apretados unos contra otros, todos con un tiro de pistola en la cabeza. Estaban amordazados, y la sangre había impregnado sus ropas y las cuerdas que los ataban, hasta llegar al suelo.
Pero... ¿Pistola? No había pistola alguna allí.
Y entonces se fijó. No habían cinco muchachos allí. Solo habían 4. Eric tampoco estaba.
''¡Mierda!'' Pensó la chica. ''Yo tengo una escopeta, pero no tengo ni puta idea de cómo se usa esto...''. Y entonces lo escuchó.
Solo un roce, fue solo un roce de la tela del pijama de Eric con la madera de la vieja barandilla que bajaba de la casa de Andrés, lo que salvó la vida a Maite en aquél momento. Haciendo fuerza de la flaqueza, la chica apuntó al hueco que ocuparía un segundo más tarde su novio, y disparó. Dos veces. Un golpe sordo del cuerpo del muchacho contra el suelo, la pistola lanzada un par de metros más allá.
La sangre salía a borbotones del estómago del chico, que lloraba y gritaba del horroroso dolor que asolaba su cuerpo.
- Eric, ¿tú también estabas metido en eso? ¿Por qué? ¡¿¡¿¡¿¡¿ POR QUÉ?!?!?!?!?!
- Cariño, yo conocía el secreto por mi abuelo... ah... Mi abuelo es el Pedro del que hablan las cartas...... Era el mejor amigo de Andrés... Y ambos encubrieron el asunto...uhm... Como el resto del grupo... Ellos cogieron y mataron a Nerea... Y ahora tú lo has descubierto todo.... Oh, nena, por qué tienes que hacerlo siempre tan difícil todo... Oh... Ahumhnn.....
- Hijo de puta.... Hijo de la gran puta.... Cómo puedes decirme cariño frente a los cadáveres de nuestros amigos... Eres lo peor que me he podido echar a la cara.
- Vamos, nena, déjalo.. uhm... No merece la pena... ¡¡¡AU!!
Maite le había pateado la cabeza. Después le asestó un golpe con la culata del arma en la coronilla, comprobó que aún respiraba, y cogió la pistola.
Bajó las escaleras, y comprobó que sus ''prisioneros'' seguían allí.
- Uy, pequeña, no juegues con cosas de mayores, que te harás daño...
- Cállate, o no respondo.
- Uuuuy, la nena me quiere meter miedo... Uuuuy qué peligroso....
- Te avisé.
De repente, un relámpago rojo procendete del pelo de la chica salió disparado al lugar en el que se encontraba Andrés.
- Te avisé, viejo cabrón, te avisé.
- ¡¡¡AAAAAH!!! ¡¡Maldita zorra asquerosa!! ¡¡Reza por que no te alcance, hija de la gran puta, porque te arrancaré la cabeza con las manos!!
Un generoso río de sangre corría desde la rodilla derecha del abuelo hasta el suelo, encharcándolo la parte de abajo de la silla y sus pies.
Ahora Maite estaba cubierta de salpicaduras de sangre del hombre.
- ¡Zorra! ¡Es mi abuelo! ¡Es viejo, imbécil! ¡Morirá si no lo atienden rápido!
- Carlos, me da igual lo que le pase a ese hijo de perra, y tú cállate también, o será peor.
- ¿¡Pero tú quién hostias te crees, niñata!?
Esta vez sin hablar, el relámpago rojo se aproximó a Carlos y le encajó un tiro en el pie izquierdo.
Acto seguido, salió a la calle con un par de cubos. Cuando regresó iban llenos de nieve.
Introdujo el pie de Carlos en uno de ellos, y amontonó un poco de nieve en la rodilla del abuelo, que estaba casi desmallado. A continuación subió a buscar una mochila y a vestirse con ropa de abrigo.
Bajó y llenó la mochila de alimentos y cerillas, y un par de libros. Cogió un cubo y un puñado de velas, y dijo así:
- Mira, ahora ya no podéis andar. El otro cabronazo que os ha ayudado ya está muerto, y con suerte vosotros aguantaréis hasta que yo llegue con la policía.
Si no, moriréis entre horribles dolores, sobre todo cuando el hielo deje de insensibilizar vuestra piel.
Las ratas se acercarán y comerán de vuestra carne, y ojalá se os infecten las heridas antes de que muráis, para que sufráis tanto como habéis hecho sufrir, mamones.
Y salió de la casa, mientras se cerraba la capucha y confiaba su vida a la gracia de Atenea.
Forgiven Princess
P.D. Ahora hago un post-aclaración con algunas cosillas.