22.6.08

Y ahora ¿Qué harás? II

Cueva en Monte León, a 20 de enero de 1955

Padre, ¿por qué pones a prueba mi fe? Sabes que nunca hice mal a nadie, y consientes que me persigan como a un criminal. Les das ventaja sobre mí. ¿Por qué hiciste que me rompiese el tobillo? Intenté bajar cuando amainó el temporal, y tus trampas divinas me dejaron inutilizable una pierna, como un tullido me arrastré hasta aquí. Ahora solo me queda rezar para que el hambre y la nieve me oculten y me salven de la muerte a manos de esos salvajes... Oh, Dios, por qué me has abandonado...

Cueva en Monte León, a 24 de enero de 1955


Mi cuerpo desfallece, mis fuerzas menguan a un ritmo alarmante, y el dolor me penetra el alma. Sé que nunca lo hice antes, pero espero que el diablo se lleve las almas de esos malditos... Andrés (de este especialmente, devoró a su prometida... Maldito cabrón), Román, Cristina, Lorena y Pedro. Y apiádate de mi alma, y de la de Julia, fuimos inocentes hijas de tu fe, hasta en el último momento mis pensamientos van hacia ti, en lugar de recordar a mis padres, a mis compañeras de la escuela, a mis abuelos, tíos y primos...
Los oigo escarbar la nieve de la entrada de la cueva, saben que estoy aquí, así que esto es lo último que escribo. Me comerán, y para entonces ya estaré contigo, en tu cielo eterno, en tu paraíso para las almas puras y (...)


Aún quedaban otras cinco líneas que no conseguía descifrar, pero Maite ya estaba bien segura de que aquél Andrés era el viejo Andrés Villavieja, el abuelo de Carlos, el que había devorado a su propia prometida en lugar de aventurarse en el monte.

Un sonido tras ella la sobresaltó, y cuando se volvió para ver qué era, vio al Sr. Villavieja allí plantado, junto a Carlos, que estaba apuntándola con una vieja escopeta.

- Niña, no debías descubrir esto, nadie debía. ¿Qué diantres hacías aquí?

- Joder, Maite, ¿Por qué metes las narices en todo? Joder, joder...

- Oh, Dios, entonces es cierto, ella existió.

- Claro que es cierto, estúpida. Por tu insensatez el resto de tus compañeros ya han muerto, no puedo permitir que nadie sepa nunca la verdad. Mañana, cuando ya te halla matado a ti, despedazaré vuestros cadáveres, y los quemaré. Cogeré los huesos, los meteré en una caja, y los enterraré allí en el monte. Soy viejo, pero aún ágil.

- Pero... ¡Carlos! ¿Qué coño pensabas? ¿Por qué no denunciaste esto? Tío.... Qué jodida...

- Venga, Maite, no seas así, mi abuelo y sus amigos lo hicieron porque no tenían otra opción.

- Pero...

- ¡Que te calles, hostias!

Maite retrocedió en el sillón, y se encogió, temblando de miedo. Sabía que en aquél momento, la escopeta que su amigo empuñaba era su única salida.
Una brasa saltó de la chimenea mientras esto sucedía, y prendió la alfombra sobre la que se encontraban ellos, el taburete y el sillón.
Carlos apagó el pequeño fuego con el pie, y soltó una maldición.

Esa pequeña distracción permitió a Maite reaccionar, y volcar el sillón hacia atrás. Al caer se golpeó la cabeza contra el suelo, y se hizo una fea herida en ella. Quedó semi inconsciente, o eso parecía.

Carlos iba a dispararle, pero...

- ¡NO! Eso es algo que debo hacer por mí mismo. Cada uno que apechugue con lo suyo, querido nieto.

Cuando el viejo se abalanzó sobre ella para darle el golpe de gracia, obvió el taburete, y cayó hacia atrás, quedando destrozado por un golpe accidental en el lugar en el que el abdomen pierde su nombre.
Carlos se agachó al lado de su abuelo, dejando la escopeta a parte, pues supuso que la joven seguía inconsciente.

El viejo se había herido la cabeza también, y un leve reguero de sangre salía de su coronilla, manchando la alfombra y tintando el suelo de rojo intenso.
El chisporroteo de la chimenea, y el sonido de su propio corazón, impidieron a Carlos anticiparse a la jugada de Maite.

La chica se levantó, cogió el arma y le pegó el cañón de la escopeta al cuello, en la nuca.
Mientras ella seguía encañonando a Carlos, este sentó y ató al viejo a una silla, y fue a buscar más cuerda para él.

Una vez estuvieron ambos sentados y atados, Maite se sentó de nuevo en el sillón, y comenzó a cavilar sobre qué debía hacer con ellos.
Entonces, el viejo, que ya estaba consciente otra vez, habló así:
- Y ahora, ¿Qué harás, pequeña?

- No me llames pequeña, hijo de la grandísima puta, ¡ni me nombres!

- Pero no me has contestado, PE-QUE-ÑA... ¿Te internarás en la montaña para bajar a buscar ayuda, confiando en que no consigamos soltarnos para ir detrás de ti? Sabes que te alcanzaremos, niña. Somos hombres, corremos más, somos más fuertes, y te encontraremos.
¿Vengarás al resto del grupo, a tus compañeros y a Julia y a Nerea? Dime, ¿Qué harás, pequeña?


(Continuará)


Forgiven Princess

3 comentarios:

Lara Vergara dijo...

Uyyyy, la cosa se pone pero que muy interesante. Yo quiero ya la continuación! (precisamente yo, que llevo sin poner el desenlace de "Las luces de Tokyo" no sé cuantos meses...).
Me tiene intrigada la historia.
Un beso!

Viki dijo...

Hola. Me ha encantado tu blog. He caído aquí por casualidad. Llevo media hora leyendo y, ¡me encanta!
Sobre todo la entrada que publicaste con lo del fin del curso. Yo también he estudiado este año en cuarto de la E.S.O..
Te dejo mi blog para por si te apetece verlo algún día:
burbujadehumo.blogspot.com

Un beso.
Viki.

Forgiven Princess dijo...

Lara:
Bah, tú tienes cosas que hacer (como las oposiciones, por ejemplo). Yo estoy de vacaciones, y no tengo nada mejor que hacer que dejar mi imaginación volar, aunque sea tan gore xDDDDDD
Un besote!

Viki:
Bienvenida, y me alegro de que te guste mi blog. Voy a pasarme por el tuyo, un besote!