Uuff, que alivio.
Necesitaba tener aquella conversación como una planta necesita el agua y el sol para crecer.
Tras 3 largas horas charlando por el teléfono, la oreja le dolía de tener pegado el auricular, pero se sentía bien.
Había recuperado algo del tiempo que había perdido por ser tan cabezota.
Su mejor amigo se había sentido mal porque no lo llamaba y pensaba que había hecho algo que lo había dañado.
Y cuando le dijo eso, se sintió fatal. Robert sabía que su pequeño nunca haría nada que lo molestase siquiera. Era una de esas personas que lo daban todo por sus amigos, y por eso sintió que había malinterpretado el amor de su amigo como si lo hubiese dejado a parte.
Quedaron aquella misma noche, cogieron un juego y jugaron a la consola como cuando eran chiquillos.
Ya tenían 20 años, pero su madre subió a las 2 de la mañana y les dio las buenas noches, como hacía cuando tenían 10. Sabían que era una broma, pero aún así agradecieron el besito y el achuchón.
David seguía saliendo con April, pero ya no la nombraba a todas horas, o por lo menos no mientras estaba con Robert.
Más tarde, sobre las 4 o así, hartos ya de hablar y no hacer nada, decidieron coger los sacos de dormir.
Bajaron silenciosamente con ellos a cuestas, cogieron el pan de molde, un poco de embutido, un termo con café y unas botellas de agua. Lo metieron en una mochila, junto a unas linternas, unas cerillas y unas toallas de la playa. También cogieron un par de sombrillas.
Se calzaron sus deportivos y se colocaron los abrigos, y así vestidos cargaron sus provisiones en mochilas, y salieron de la casa.
Estaba muy oscuro, pero conocían el camino como la palma de la mano. El pequeño montecillo quedaba a un par de calles de allí.
Subieron hasta la cima, y una vez allí, extendieron las toallas en el suelo y colocaron encima los sacos.
Clavaron las sombrillas de manera que quedasen muy bajas sobre sus cabezas, y una vez ''instalados'' cogieron una taza de café cada uno y se quedaron callados, mirando el firmamento.
Se miraban, cómplices, pero ninguno de los dos quería romper aquel silencio que olía a reencuentro y amistad.
La hierba comenzaba a humedecerse por el rocío, que anticipaba la llegada del amanecer.
Se hicieron unos bocadillos y comieron algo.
Y así, abrazados por los hombros, miraron como el Sol hacía su aparición en un cielo anaranjado.
- David...
- ¿Sí?
- Te quiero, nunca dejaré que una tía se interponga entre nosotros. Eres mi mejor amigo.
David no lo miró, simplemente calló y sonrió satisfecho.
Aquel fue el mejor amanecer de sus vidas.
Forgiven Princess