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Ya veo clarear el cielo. El rojo sangre tiñe un amanecer frío. Una suave brisa juguetea con mi pelo. Mi piel se eriza, y hundo las manos en la arena. Está fría a mis lados, algo más caliente frente a mí, donde mis pies se pierden entre ella. Aún quedan restos de la pequeña hoguera que encendí ayer.
Ahora el cielo es como un zumo de naranja desparramado sobre un mantel azul grisáceo. Ya falta menos. Poco a poco, veo asomar la coronilla del astro rey por el horizonte. Sál ya, remolón, que va siendo hora.
Por fin, ahí estás. Ahora no sé qué hacer. Estoy muy tentada de girarme, pero no sé si debo... No sé si quiero descubrirlo.
Vale, lo haré. Voy a hacerlo. Me levanto, hundo la cabeza en mi pecho y cierro los ojos. Lentamente, me doy la vuelta y le doy la espalda al Sol. ¿Lo hago?
No sé si tengo valor. Vuelvo a darme la vuelta. Respiro lentamente y abro los ojos. El Sol. Lo miro. Me mira. Noto los primeros rayos rozar mis mejillas. Vale, lo haré. Cierro los ojos, y me giro.
Los abro un poco... Los cierro. Los abro de golpe.
Mierda.
No estás. No estás. En tu lugar hay una línea de pisadas. Y mi sombra. Estamos solas. Mi soledad, mi sombra y yo.
Forgiven Princess