Diario de Andrés (I)

Cuando el grupo llegó a la casa, se distribuyeron por las estancias de la casa. Hasta 4 gritos horrorizados resonaron el la cima de la montaña en la que se encontraban, al ver los cadáveres de la cocina y de la segunda planta.
Aún así, debían buscar, porque la hija de Ramón Ruiz no estaba, y estaban seguros de que la muchacha subió. ¿Será ella la culpable de todos los asesinatos? ¿Cómo se las arregló? La chica no era gran cosa... Pequeñita, delgadita... No supondría ningún problema para cualquiera de aquellos, sobre todo de los chicos, todos grandes muchachos, fornidos y altos.

Sofía continuó subiendo, pues pensó que tal vez hallaría a la muchacha más arriba, o alguna pista sobre su paradero.
Comenzó a revolver la habitación del viejo Andrés.

Allá, en la pared, faltaba algo... Por la sombra, y las cabezas de animales que pendían del muro, dedujo que se trataba de un arma, un arma grande... ¿Un rifle? ¿Una escopeta?

Siguió mirando. Aquí y allá habían cosas tiradas por el suelo, como si alguien hubiese buscado algo antes que ella. Buscó por los cajones y por las estanterías, en la vitrina y sobre la chimenea.
A punto de rendirse, se agachó a mirar bajo los muebles. Solo le faltaba la cama.

Y allí lo vio, entre el somier y el colchón. Un pequeño libro forrado de desgastado cuero negro. A simple vista parecía una agenda, o una cartera de mujer... Pero no, estaba segura de que era un libro.
Con mucho cuidado, levantó el colchón y cogió el pequeño librillo negro. Olvidó qué era lo que realmente buscaba, porque aquello le llamó mucho la atención. Se sentó en la butaca que había cerca de la ventana, y con la clara luz del comienzo de la tarde, empezó a leer.


Diario de: ANDRÉS VILLAVIEJA

28 de diciembre de 1954

No teníamos otra opción... Teníamos que comer, y ella ya estaba enfermando. Además, así he podido probar su carne... No de la forma que me habría gustado, claro. Demasiada sangre, y la he tenido que compartir con el resto.
Aún así, esa deliciosa carne de ángel que tenía mi querida Julia nos dará de comer durante 4 o 5 días, más si la racionamos bien. Y después... Bueno, ya veremos qué hacer después.

30 de diciembre de 1954

Maldición, ha escapado... Maldita sea... La bocazas de Nerea, siempre entrometiéndose en todo... ¿No quieres comer? No comas, deja al resto en paz. Pero claro, ella tenía que ir a alertar a las autoridades... Maldita sea... Hoy hemos estado buscándola por el bosque, y creo haberla visto, pero no podría asegurarlo, y como no tengo muchas balas, no le disparé.

14 de enero de 1955

Seguimos buscando a Nerea, creo haber encontrado su rastro. Menos mal que encontramos unas viejas tiendas de acampada en la casa, y podemos seguirla de cerca. Pronto la descubriremos, y no podremos sino matarla, para guardar nuestro pequeño secreto... No haremos daño a nadie, es un mal menor, para ella y para su familia... No podrían vivir con la verdad, ni una ni otros.

19 de enero de 1955

Hoy sí, estoy seguro de que la vi, intentando bajar la montaña, y más tarde regresar a una especie de cueva. Allí se ocultará. Regresó arrastrándose, ¿estará herida? ¿Me hará Dios ese favor?. En cuanto amaine la tormenta iré a verlo... Oh, sí, por fin empiezan a salir las cosas bien.

25 de enero de 1955

En efecto, era una cueva, y allí se escondía. Tenía el tobillo muy inchado y morado, no podía escapar. La encontré medio inconsciente, pero el sonido de mi voz la alertó. Oh, qué indecible sensación de placer al agarrar su delicado cuello entre mis curtidas manos.
Su piel estaba fría y tensa, intentaba resistirse... Ah, sí, qué hermosa estaba tan indefensa, tan frágil... Qué lástima que tuviera que morir. No pude hacer nada por evitarlo.
Estreché mis manos alrededor de tan precioso cuello, y su cara comenzó a amoratarse. Y al mirar el bello espectáculo, los ví, furiosos, irradiando odio. Sus magníficos ojos grises. Fríos como el hielo, podrían cortar el cielo con la mirada.

Cuando dejó de resistirse le rompí el cuello, no quería que sufriese más. Su cabeza colgaba inerte sobre mi antebrazo. La cogí como a una niña, entre mis brazos, y la subí a la tienda.

28 de enero de 1955

Desmontamos el campamento, y volvimos a subir a la casa.
Al llegar allí, esta vez más metódicamente, despiezamos el cadáver. Enterré los restos junto a los de Julia, en la chimenea. Nadie los descubrirá.

Al menos descansarán juntas. Ten sus almas en tu rebaño, Dios, pues fueron buenas cristianas en vida, ayudaron al prójimo... Incluso muertas, gracias a ellas podemos comer hasta que bajemos.

Oh, sí. No tardaremos a bajar, tal vez 4 días, como mucho. Diremos que ellas se adelantaron, y se perdieron en la montaña. Han sido días de fuertes tormentas, así que todos lo creerán. Es un plan perfecto... Nadie lo sabrá nunca.

(Continuará)

Forgiven Princess