25.10.12

Luxembourg (II)


Adiós, Sophie. Las palabras aún volaban de sus labios para escaparse por el centímetro que los separaba de la boca de la muchacha. La besó de nuevo, dos veces, y con su sabor todavía caliente en la boca, sonrió.

Se atusó el pelo en el ascensor, mientras se le erizaba el vello de la nuca al recordar la piel de la camarera que acababa de dejar vestida con su sudadera de la Sorbonne. Sacó el móvil, abrió un nuevo mensaje de texto y escribió:
 
"Excusez-moi, ma belle, on se retrouve en le café Le deux magots vers huit ;)" 

Buscó el nombre de su novia y lo envió. Tenía media hora para serenarse mientras iba paseando al Boulevard de Saint-Germain. El atarceder nuboso le hacía pensar que llovería, pero no llevaba el paraguas, así que se limitó a colocarse bien la chaqueta y correr para cruzar la Rue du Faub. Saint-Honoré en dirección al jardín de Tullerías. Los estudiantes y turistas caminaban por el Quai charlando animados, tomando fotos con el Sena de fondo.

Atravesó el Pont Royal, se miró el reloj y aceleró el paso, llegaba más tarde de lo que pensaba. 10 minutos después caminaba entre la gente por la Rue Bonaparte, y se dio cuenta de que al respirar, su aliento se condensaba en el aire, lanzando pequeñas bocanadas de vaho. Sonrió una vez más al ver los verdes toldos de Les deux magots, y allí la vio.

Estaba sentada, la veía de perfil, removiendo pausadamente un café con la mirada perdida en la cristalera de la cafetería. Tenía las mejillas enrojecidas, posiblemente por el aire frío que se había movido en la última hora. Caminó hasta acercarse a ella por la espalda, y le cubrió los ojos con las manos suavemente. Ella las apartó con las suyas y se levantó para saludarlo.

- Llegas una hora tarde, ¿sabes?
- Lo siento, Lou, sabes que siempre estoy liadísimo.
- Ya, tienes tiempo para todo menos para tu novia, ¿eh?
- No seas mala, preciosa, muy claro tienes que eres lo más importante para mí. Un café vienés, por favor.

 La besó tiernamente mientras la rodeaba con los brazos por la cintura. Notaba la cabeza hundida en su pecho, las manos acariciando su espalda, olía el champú de fresas que tanto le gustaba. La soltó y se sentó frente a ella. Estuvieron un rato en silencio, observándose mutuamente a través de la mesa.

- Un céntimo por tus pensamientos.
- Qué poco valoras mi genio, ¿no, pequeña?
- Lo siento Tris... Yo... Sólo...

La vio sonrojarse, y tras un instante dejó de hacerla sufrir.

- Era una broma, nena. Le doy vueltas a un proyecto que me han propuesto. Una adaptación del Doctor Fausto de Marlowe. Me permiten elegir el papel de Fausto o el de Mefistófeles. ¿Te das cuenta, Lou? ¡Puedo protagonizar una tragedia en el Folies Bergere, o en el Châtelet!
- ¿No te estás cachondeando de mí? ¿Esto es en serio? ¡¡Es genial, cariño!!
- Es totalmente en serio. Sólo que... Si acepto, giraremos la obra. No solo por todo el país, sino por Europa. Praga, Roma, Londres, Madrid, Berlín, Amsterdam, Viena... Estaría en todos los centros de la cultura del Viejo Continente... Pero no te vería en un año y medio, dos quizá.

Ya estaba, ya lo había soltado, ahora sólo tenía que esperar que ella rompiese con él y todo habría acabado, haría como que estaba destrozado y la abrazaría. Quizá se acostarían, él fingiría llorar, y se acostarían de nuevo. A la mañana siguiente, ella seguiría siendo su Isolda, en su imaginario, mientras que Tristan sería soltero y libre para hacer lo que quisiese, como siempre había sido.

- Lo entiendo perfectamente, pero te prometo que puedo esperarte, podemos hablar por teléfono, puedo ir a verte cuando libre del trabajo y la universidad, pue...
- Nena, nena, no puedo pedirte eso. ¿Sabes la presión que voy a soportar? Te volvería loca cuando hablásemos.
- Estoy dispuesta a aguantarlo, Tris, yo... Yo te quiero.

"¿Qué demonios le pasa a esta tía? No puede hablar en serio". No se conocían desde hacía tanto, ni siquiera habían quedado más de una o dos veces por semana en el tiempo que llevaban saliendo. Lo había hecho todo bien... Tratarla como una princesa, pero quedar cuando él quisiese. Darle cariño cuando estaban juntos, pero ser más bien indiferente cuando no. ¿De dónde salía aquél te quiero? Esperaba un "esta es la última que me haces", no un maldito te quiero.

- Wo, wo, relájate, no te precipites. Hace dos meses que estamos quedando, Lou. Soy 7 años mayor que tú, vivo en un mundo que crees comprender, pero te queda grande. No te lo tomes a mal, princesa, me encantas, pero esto no es para mí. Yo no estoy hecho para volar acompañado, soy un halcón solitario. Necesito espacio, y creo que esta oportunidad me viene perfectamente.
- Yo... Pero... Tú me... Yo...
- Sh... No lo pienses, no es necesario. Yo invito, ¿vale? Disfruta de la universidad. De tus amigos. Sigue cantando, compón tu música. Tal vez nos reencontremos, en un futuro, en otra vida, cuando tú y yo seamos otros.

La notaba confundida, agobiada, algo catatónica, pero al fin y al cabo, esa era una reacción más lógica que el dichoso te quiero de antes.

- ... ¿Lo... has pensado bien?
- Claro, nena, este es mi futuro, es mi presente. Es un tren que me atropella, no puedo evitarlo. Lo siento, mereces algo mejor, eres una chica dulce e inteligente, preciosa, simpática y madura. Un amor de mujer, y me llevo el recuerdo de eso, cielo, pero mereces un chico que no quiera llevarse un recuerdo, sino uno que quiera el lote completo.
- Bien, si es lo que quieres...
- Lo que necesito, chérie. No lo hago porque quiera, es que en las estrellas está escrito. Esta obra es para mí.

"Necesito actuar, y necesito poder tirarme a mujeres de 16 nacionalidades distintas, ¿en serio ni se le pasa por la cabeza esa opción? Las veinteañeras son tan ilusas, tan ingenuas, tan dulces... Casi me sabe mal perderme toda esa inocencia" se dijo Tristan.

- De acuerdo. Sólo una cosa más.
- ¿Sí?
- Tristan...
- ¿Lou?
- Tú jamás podrías interpretar a Fausto, porque eres Mefistófeles. Eres Mefistófeles y yo te vendí mi alma. Asumo las consecuencias, pero el resto del mundo debería disfrutar de tu maldad tanto como yo. Escoge el papel de Mefistófeles, naciste para engañar. Adiós.

Se levantó tirando la silla al suelo, cogió su bolso y la chaqueta y salió de allí más corriendo que andando. Los bucles castaño rojizo se arremolinaban en su espalda, botando al ritmo de su caminar, y entonces se dio cuenta.

- ¡LOU! ¡Lou, no te marches así, maldita sea! ¡Lou, espera, no nos hemos despedido! ¡Lou! ¡¡LOU!!

¿Podía ser cierto? Hacía menos de tres horas estaba en la cama de Sophie, aspirando su aroma, lamiendo su piel, y en aquel momento no le parecía echar de menos a Lou en absoluto. Y al escuchar aquellas palabras, como una bofetada, se había dado cuenta. La iba a extrañar. La extrañaba ya. Notó una punzada en el pecho, le costaba respirar. Sus ojos vidriosos denotaban que aquel papel no era para él.

Lou, la dulce chiquilla que conoció en el campus, la que le había ayudado a preparar las últimas 4 audiciones que había hecho. Lou, la que le hacía croque-monsieur para desayunar. Pensaba que no era más que una distracción, que estaba claro para él que aquello era transitorio, un pecho en el que reposar la cabeza tras un día duro, una risa cantarina que escuchar con cualquier comentario, aunque no fuese gracioso.

Era la misma Lou la que ahora le dolía tanto. Al final iba a ser cierto que no estaba hecho para el amor, o para el desamor. Se dio cuenta tarde, demasiado tarde... Sacó el teléfono, buscó el número y llamó.

-¿Soph? ¿Qué haces esta noche? [...] Voy de camino, te recojo en casa y vamos a cenar. Dentro de media hora. Arréglate.

"La vida sigue", pensó. "La vida siempre sigue, y es mi momento. Para esto le vendí mi alma y mi cuerpo al teatro, el verdadero Lucifer de esta historia. El amante más implacable y exigente que he tenido, mi verdadero amor. Mi destino, mi perdición, mi éxito y mi fracaso. Soy Fausto. Seré Fausto." 

A su paso por la Plaza de la Concordia unos chiquillos corrían frente a él espantando a unas palomas, y un grupo de turistas se sacaba fotos en la entrada del jardín. Se subió las solapas del abrigo para protegerse la cara y caminó más rápido.

Oyó a un hombre cantando L'adieu de Garou con una voz desgarrada en el portal junto a la entrada de Maxim's en la Rue Royale, y se quedó a escucharlo un poco.

"L'adieu
N'est que vérité devant Dieu
Tout le reste est lettre à écrire
À ceux qui se sont dit adieu
Quand il fallait se retenir
Tu ne peux plus baisser les yeux
Devant le rouge des cheminées
Nous avons connu d'autres feux
Qui nous ont si bien consumés

L'adieu
C'est nos deux corps qui se séparent
Sur la rivière du temps qui passe
Je ne sais pas pour qui tu pars
Et tu ne sais pas qui m'embrasse
Nous n'aurons plus de jalousies
Ni de paroles qui font souffrir
Aussi fort qu'on s'était choisi
Est fort le moment de partir
Oh, l'adieu"

Dejó caer un par de euros en la funda de la guitarra que había frente al cantante y se marchó en dirección a la Rue de Faub. Saint-Honoré. "Adiós, Lou, adiós para siempre". La lluvia comenzó a mojarle los rizos, agitó la cabeza y aceleró el paso una vez más. La melena caoba de Sophie le esperaba a 10 minutos de allí y no pensaba hacerla esperar.

Forgiven Princess

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola soy un lector de tu blog, y me gustan mucho los temas sobre los que escribes,pero he observado que en esta entrada hay una errata,donde pone: ¡LOU! ¡Lou, no te marches así, maldita sea! ¡Lou, espera, no no hemos despedido! ¡Lou! ¡¡LOU!!.Creo que en la tercera exclamacion deberia poner "no nos hemos despedido" en lugar de "no no hemos despedido".Es solo una observacion, de todas formas la entrada me parece muy creativa.Gracias.

María Sarmiento dijo...

Geniales los 3 "parises", bichito :) Y la elección de L'adieu (una de mis canciones favoritas de los franceses) simplemente sublime. *plas, plas, plas*