Ella esperaba paciente en el portal. "Llega 15 minutos tarde, ¿será normal o debería preocuparme?". Comprobó su teléfono una vez más, y sí, habían quedado a las 7 y cuarto. El ocaso creaba una amalgama de nubes rosas y azules sobre un degradado de gris a naranja, y podía ver el Sol ahogándose en el Sena.
Frente a ella aleteaban las hojas caídas de los árboles que bordean el río. Allí, a su izquierda, podía ver el esqueleto férreo de la Torre Eiffel, que le había acompañado y guiado desde pequeña, como si París fuese tan orgullosa para tener su propia estrella polar. Cerca de allí, alguien cantaba un blues.
Sintió algo en su cintura, y se giró emocinada. Volvió a sentirlo. Introdujo la mano en su bolsillo y sacó el móvil, para leer un mensaje de texto que anunciaba el lugar del encuentro:
Sintió algo en su cintura, y se giró emocinada. Volvió a sentirlo. Introdujo la mano en su bolsillo y sacó el móvil, para leer un mensaje de texto que anunciaba el lugar del encuentro:
"Excusez-moi, ma belle, on se retrouve en le café Le deux magots vers huit ;)"
Así, tan fácil... Tristan siempre le hacía lo mismo. Volvió a casa, cogió una chaqueta y se marchó a Saint-Marcel a coger el metro. Quince minutos más tarde caminaba distraida por el Boulevard de Saint-Germain, mientras jugueteaba con un botón de su camisa. Se miró en el cristal de Arts et Bijoux, sólo para descubrir que, tal y como pensaba, tenía una cara horrorosa.
Llevaba despierta desde las 5 que se levantó para ir a clase, pero a él no le había dicho nada. Bastante difícil era conseguir quedar con él, como para encima pedir días concretos. Si no fuese tan atractivo...
Siguió caminando hasta llegar a la cafetería. Los toldos verdes y dorados estaban rodeados por estufas de calle, y eligió una mesa cercana a una de ellas. Pidió un café americano, y estaba ensimismada removiendo la espuma de la taza por enésima vez cuando unas manos suaves cubrieron sus ojos.
Se levantó para saludarlo al tiempo que quitaba las manos de él de sus ojos con las suyas propias.
- Llegas una hora tarde, ¿sabes?
- Lo siento, Lou, sabes que siempre estoy liadísimo.
- Ya, tienes tiempo para todo menos para tu novia, ¿eh?
- No seas mala, preciosa, muy claro tienes que eres lo más importante para mí. Un café vienés, por favor.
La besó tiernamente mientras la rodeaba con los brazos por la cintura. Sentía el calor de su pecho en la cara, y el perfume almizclado de Tristan rondeándola. Se sentía frágil y vulnerable, y sus mejillas se incendiaron al instante.
Allí estaba. Sus ojos azul marino eran la laguna en la que Lou más deseaba bañarse. Deseaba poder entrar en ellos y llegar a su mente, a aquel rincón al que Tristan no le permitía acceder. Internarse en sus miedos, sus pasiones y sus deseos más ocultos, para compartir su mundo con él y conocerlo de verdad, no aquel exterior de guapo alternativo que su profesión había curtido sin que él tuviese mucha opción. O eso quería creer ella.
Estuvieron un rato en silencio, observándose mutuamente a través de la mesa. Tan cerca, tan lejos. "¿Qué pensará?". Se había hecho tantas veces aquella pregunta que pensaba que jamás lo adivinaría.
- Un céntimo por tus pensamientos.
- Qué poco valoras mi genio, ¿no, pequeña?
Una vez más, sentía sus mejillas arrebolarse sin querer.
- Lo siento Tris... Yo... Sólo...
- Era una broma, nena. Le doy vueltas a un proyecto que me han propuesto. Una adaptación del Doctor Fausto de Marlowe. Me permiten elegir el papel de Fausto o el de Mefistófeles. ¿Te das cuenta, Lou? ¡Puedo protagonizar una tragedia en el Folies Bergere, o en el Châtelet!
- ¿No te estás cachondeando de mí? ¿Esto es en serio? ¡¡Es genia, cariño!!
El rostro de Tristan, envuelto en sus preciosos rizos color miel, se expandió en una sonrisa repleta de dientes, rodeada por sus carnosos labios.
- Es totalmente en serio. Sólo que... Si acepto, giraremos la obra. No solo por todo el país, sino por Europa. Praga, Roma, Londres, Madrid, Berlín, Amsterdam, Viena... Estaría en todos los centros de la cultura del Viejo Continente... Pero no te vería en un año y medio, dos quizá.
- Lo entiendo perfectamente, pero te prometo que puedo esperarte, podemos hablar por teléfono, puedo ir a verte cuando libre del trabajo y la universidad, pue...
- Nena, nena, no puedo pedirte eso. ¿Sabes la presión que voy a soportar? Te volvería loca cuando hablásemos.
- Estoy dispuesta a aguantarlo, Tris, yo... Yo te quiero.
- Wo, wo, relájate, no te precipites. Hace dos meses que estamos quedando, Lou. Soy 7 años mayor que tú, vivo en un mundo que crees comprender, pero te queda grande. No te lo tomes a mal, princesa, me encantas, pero esto no es para mí. Yo no estoy hecho para volar acompañado, soy un halcón solitario. Necesito espacio, y creo que esta oportunidad me viene perfectamente.
No lo entendía. Las palabras se agolpaban en sus labios para salir atropelladamente, y no conseguía articular más de dos seguidas.
- Yo... Pero... Tú me... Yo...
- Sh... No lo pienses, no es necesario. Yo invito, ¿vale? Disfruta de la universidad. De tus amigos. Sigue cantando, compón tu música. Tal vez nos reencontremos, en un futuro, en otra vida, cuando tú y yo seamos otros.
- ... ¿Lo... has pensado bien?
- Claro, nena, este es mi futuro, es mi presente. Es un tren que me atropella, no puedo evitarlo. Lo siento, mereces algo mejor, eres una chica dulce e inteligente, preciosa, simpática y madura. Un amor de mujer, y me llevo el recuerdo de eso, cielo, pero mereces un chico que no quiera llevarse un recuerdo, sino uno que quiera el lote completo.
- Bien, si es lo que quieres...
- Lo que necesito, chérie. No lo hago porque quiera, es que en las estrellas está escrito. Esta obra es para mí.
Aquel bastardo mentiroso había jugado con ella. La había hecho sentir perfecta, querida, importante. No le preocupaba en absoluto, jamás le había preocupado, y la había hecho pensar que era el centro de su mundo. Sentía arder todo su cuerpo, consumiéndose por la ira incontrolable que Tristan le provocaba en aquel momento. Una hora antes sus articulaciones se desmontaban al pensar en los fuertes brazos de su novio rodeándola, pero en aquel momento sólo deseaba abofetearle una y otra vez.
- De acuerdo. Sólo una cosa más.
- ¿Sí?
- Tristan...
- ¿Lou?
- Tú jamás podrías interpretar a Fausto, porque eres Mefistófeles. Eres Mefistófeles y yo te vendí mi alma. Asumo las consecuencias, pero el resto del mundo debería disfrutar de tu maldad tanto como yo. Escoge el papel de Mefistófeles, naciste para engañar. Adiós.
Se levantó tirando la silla al suelo, cogió su bolso y la chaqueta y salió de allí más corriendo que andando. Parece que algunas lagunas no esconden calma, sino una poza de lava ardiente que quema el alma de quien osa acercarse. Su piel parecía la de alguien demasiado joven para ella, se sentía vieja, vetusta, demasiado sabia. Demasiado sabia, demasiado dolor por saber. Lo oyó gritar su nombre, pero no lo escuchaba. Ya no escuchaba nada.
Ahora preferiría haber jugado en la superficie con un palo, haber tirado piedrecitas a la laguna en lugar de lanzarse de cabeza, porque el fondo la había atrapado y se asfixiaba en su interior. Corrió hasta el muro que rodeaba el Sena, y allí gritó entre turistas. Gritó y lloró, golpeó la piedra con las manos y acabó sentada hecha un ovillo, recogiendo sus piernas con los brazos, con la nariz enterrada entre sus rodillas y la mirada perdida en las ruedas de los coches que llegaban de la Rue Bonaparte para incorporarse a la Quai Voltaire.
Una suave lluvia comenzó a perlar su cabello, sus hombros, sus piernas. Se sentía vacía. No sabía muy bien como, pero se había levantado y caminaba hasta la Rue de Bac, para coger el metro nuevamente. Al bajar las escaleras se dio de bruces con una chica y le tiró el libro al suelo. Se agachó para recogerlo y leyó el título. Le sourire, de Patrick Drevet, la miraba desde abajo. Sonrió, porque le parecía tan absurdo recoger una "sonrisa" del suelo que no le quedó alternativa. Devolvió el tomo a su dueña comenzando a reirse, y al ticar el bonometro su aliento se había transformado en una carcajada histérica.
París, la ciudad del amor, pensó. En los altavoces sonaba L'amour, de Carla Bruni.
"
L'amour, hum hum, ça ne vaut rien,
Ça m'inquiète de tout,
Et ça se déguise en doux,
Quand ça gronde, quand ça me mord,
Alors oui, c'est pire que tout,
Car j'en veux, hum hum, plus encore,
Pourquoi faire ce tas de plaisirs, de frissons, de caresses, de pauvres promesses ?"
Ça m'inquiète de tout,
Et ça se déguise en doux,
Quand ça gronde, quand ça me mord,
Alors oui, c'est pire que tout,
Car j'en veux, hum hum, plus encore,
Pourquoi faire ce tas de plaisirs, de frissons, de caresses, de pauvres promesses ?"
"Eso me pregunto yo", pensó Lou. "Eso me pregunto yo". Siguió riendo hasta que montó al metro, lleno de caras serias. "L'amour, hum hum, pas pour moi".
Forgiven Princess
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