26.9.11

Alfa Delta


Querido Delta 108:

Hace cuatro años que terminó aquella misión. La gran misión. La misión que cambió mi vida y terminó rompiendo el gran equipo que formábamos. Primero fue Iraq, después Afganistán. Las horas temiendo un disparo, los días sufriendo por si habría de decirle a tu familia: fue un gran combatiente, murió por salvar a nuestro país.

Menudas mentiras habrían sido esas, ¿verdad? Hablar de un gran soldado, un héroe de guerra. Sí, tienes puntería. Sí, tienes entereza y sangre fría, y eres un gran estratega. Pero para ser grande necesitabas dos cosas que la guerra, o mejor dicho, esa guerra, no nos permitió. Un rival competente y una buena justificación, pues sin ellas no hay honor ninguno en la gran masacre que es la guerra.

¿Acaso eran rivales competentes los muchachos que jugaban a ser soldados? ¿Estaban a nuestra altura los campesinos que cambiaron la hoz por el fusil gracias al fanatismo de unos cuántos y las pretensiones de otros?

¿Defender a nuestro país? Por favor, nosotros luchábamos con armas, ellos lanzaban piedras contra tanques.

Aquella fue una guerra evitable. Pero no interesaba, claro está. Tú y yo sabemos lo que es tener que capturar a unos jóvenes pueblerinos que no entienden qué está pasando, y en el mejor de los casos, retenerlos o torturarlos. Obvio resulta, por los videos que ahora podemos ver, que en nuestro ejército no sólo hay gente movida por el deber, ni por defender su patria. Tal vez ellos creen que los iraquíes en conjunto eran el enemigo, en lugar de los terroristas, y quizá alguien les enseñó de pequeños que la vejación es un bonito y válido modo de diversión. Si no, no se comprenden las barbaridades que pudimos ver.

Aún así, con la sangre derramada sobre nuestras conciencias, tiñendo nuestra alma para siempre de un color que no permite la entrada en el reino de los cielos, podría haberlo soportado, si no estuviese seguro de que la megalomanía de los poderosos de turno no hubiese resultado ser equiparable a la de los faraones egipcios. ¿Buscar armas de destrucción masiva a base de bombardear territorio civil? ¿Gastar una auténtica fortuna en mantener un despliegue militar bárbaro en una zona que intentaba darle una oportunidad a la democracia? Cayó la dictadura, sí. Y los años que siguieron, ¿qué? ¿Quién devuelve a los hijos, los maridos, las preciosas nietas? ¿Qué haces cuando todo lo que puedes conservar del hogar de tu familia es un par de trozos de madera astillada y una muñeca mutilada? ¿Cómo crecen los niños que en lugar de ir a la escuela van a un refugio antibombas? ¿Crees que crecerá alguno de los que no se hallaban en uno de esos?

Han pasado años, y cada noche, la cara de mujeres desgarradas por el dolor de perder a su primogénito me acompaña hasta que mi sueño se torna una especie de coma. La única ventaja es que así, no sueño con ellos, y puedo mentirme un poco más, diciendo que no estaba tan mal, que había alguna explicación para aquel horror. Pero por la mañana, la realidad me devuelve sus caras como si fuesen un puñetazo de un boxeador.

Lo cierto es que cada vez que se acerca el 11 de septiembre, recuerdo todo aquello. Dejé el servicio hará unos tres años, no podía seguir trabajando en lo mismo después de todo lo que había visto. Pasé dos años en los cuerpos de paz. Supongo que fue mi modo de redimirme de mi pecado, aunque mi inconsciente siempre lo considerará insuficiente y me recordará que el dolor que causé ni sanará, ni será olvidado.

Hará un año que ingresé en el cuerpo de bomberos. Brian, bendito sea, dice que lo que busco en este empleo es que se me caiga una casa encima mientras saco un gato, o algo así. Una parte de mí lo desea, seguramente.

Así podría recibir mi castigo, ver por última vez las caras de aquellos a los que maté y recibir de ellos toda la ira y el resentimiento que acumulen. Pero por otra parte, mi pequeña Blake no soportaría perder a su madre, y no creo ser capaz de vivir el resto de la eternidad, aunque sea en el infierno, sabiendo que le fallé a mi pequeña, que incumplí mi promesa de estar siempre ahí para ella.

¿Sabes, Douglas? Ser madre me ha cambiado. Supongo que ahora hago un poco mío el dolor de todas aquellas mujeres, y eso reconforta a mi masoquismo en cierta medida

Tal vez deberíamos volver a vernos alguna vez. Recuperar lo único bueno que sacamos de aquella guerra, la amistad, la confianza. Saber que hay alguien que entiende lo que estás pasando, saber que sufre lo mismo que tú y pensar que realmente no es que tú quieras torturarte, es que es inevitable después de todo aquello.

Es posible que nunca leas esta carta. Al fin y al cabo, no sé nada de ti desde hace unos 4 años, así que desconozco tu situación actual, si te has mudado, si sigues con Sherill o aquello acabó. Llámame alguna vez, si quieres, yo esperaré paciente y esperanzada una respuesta.

Alfa 42.

Qué demonios. Un fuerte abrazo,

Andy.

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