15.10.10

Hogar, dulce hogar.


Desde mi posición en la fila podía observar la preciosa ciudad de mármol blanco. Bajo mis pies se extendía una leve pendiente cubierta por una alfombra verde, en la que las flores parecían tachonar la hierba a la roca viva.

La silenciosa procesión en la que participaba formaba una pequeña hilera de brillo titilante.
Pensé en si sería posible que, desde las borrascosas cumbres de las montañas del este, y desde las almenas de vigilancia de la marisma que se extendía bajo la ciudad, pudiesen observar las luces de nuestra silente marcha, como una serpiente que se desplaza lenta y cadenciosamente para esconderse en la ciudad de las miradas indiscretas.

Cavilando sobre la importancia que se daría a nuestra llegada a la ciudad, ni siquiera me di cuenta de que poco a poco la virginidad del terreno se veía irrumpida por pequeñas construcciones que, lejos de violar la naturaleza armónica del paisaje, se integraban en él. Incluso me atrevería a decir que incrementaban su belleza, pero nunca hay que ser osado cuando se habla de mejorar a la naturaleza.

Poco a poco, la fina y delicada serpiente se encontró con el marfil de la dentadura de la ciudad. Como si fuésemos un trozo de carne masticada, las personas vestidas con la túnica morada se esparcían entre los edificios de la plaza del ágora de la ciudad.

La comitiva había alcanzado su destino. Sonreí para mí misma. Nadie lo había percibido. Mi retorno al reino fue discreto, muy discreto. No en vano el único distintivo que nos diferenciaba al séquito y a mí era mi pequeño collar de plata y circonita.

Una vez más, la princesa estaba en casa. Hogar, dulce hogar, cómo te echaba de menos.

Forgiven Princess

1 comentario:

Marina Muñoz dijo...

¡Bienvenida, entonces! :D