26.4.09

Café caliente



Allí estaba de nuevo, pensé. Y esta vez no es una áspera manta, es su piel de verdad. Más suave, más blanca, más caliente de lo que suponía. Hundí un poco mis dientes en su piel, y después succioné ligeramente. Laura agarró mi camiseta en su puño. Aquello no dejaría una de esas horrorosas marcas. Era un trabajo perfecto.

Me separé de su perfecto cuello y le dije:
- Laura... Tengo el coche aquí al lado, al volver la esquina. ¿Quieres que nos vayamos a... un sitio más... tranquilo?
- Sí, sí. Entro a por las cosas y nos vamos - Se apresuró a contestar ella-.

Recogió su chaqueta de cuero y su bolso negro del guardarropas del local, y salimos andando rápidamente. Mi brazo envolvía su cintura igual que el suyo envolvía la mía. No fue fácil no buscar el amparo de cualquier portal en aquella oscura noche. Laura me arrastraba a ellos con una insólita fuerza.

A trompicones por el camino, llegamos a mi coche. Puse la música alta, y durante el camino mi ya poco sutil acompañante lanzaba su boca contra la mía cada vez que detenía el coche. James Hetfield acompañó perfectamente nuestra llegada a su casa, con el desgarrador Welcome Home Sanitarium de Metallica.

Ella bajó del coche y corrió a abrir el portal. Mientras tanto yo apagaba la radio y cerraba el coche. Cuando entré a su edificio, Laura esperaba impaciente sujetando la puerta del ascensor. Un 10º piso... Nos esperaban unos segundos bastante interesantes. Siempre me gustaron más bien poco los ascensores, me daba miedo quedarme encerrada. Sin embargo, aquél día habría pagado porque aquel elevador se hubiese detenido.

Ciegas por la pasión, besaba sus hombros mientras ella intentaba acertar con la cerradura. Abrió, entramos, y al cerrar la puerta Laura me empujó contra ella. Le quité la camiseta y empecé a tocar su torso semidesnudo. Tan suave, caliente y excitante como su precioso cuello de cisne.

Paramos en cada metro de pared, besándonos y acariciándonos. Como los caracoles dejan un rastro de babas, nosotras dejábamos un rastro de prendas de vestir, zapatos y ropa interior. Llegamos a la habitación central de su casa. Era una de esas viviendas modernas, el típico piso de soltero de teleserie americana. La habitación estaba separada del salón por un gran biombo con caracteres japoneses que, más tarde, Laura me dijo que eran el código de honor de los samuráis.

La levanté para dejarla sentada sobre la mesa. Ahora estábamos ambas desnudas, y el frío contacto de la lisa superficie de la mesa la hizo estremecerse. De nuevo mi boca se adueñaba de su cuello, y paseaba por sus hombros y su pecho. Primero tímidamente, después sin mostrar compasión por la víctima.

Sus manos dejaron de acariciar mi espalda y mi pelo para inspeccionar los recovecos de mi cuerpo. Ahora rozaba mi cuello, mi estómago, bajo el ombligo, mis pechos... Yo también gemía y suspiraba, y ahora fue ella la que, con firme determinación, bajó de la mesa de un salto y tiró de mi brazo hacia la gran cama de matrimonio que ocultaba el biombo.

Allí nuestros cuerpos se buscaron, jugando con caricias y besos suaves por todas partes. Después de entablar relación entre sí, nuestros cuerpos parecían entregados a una danza milenaria que ya conocían, antes de que nosotras nos conociésemos.

Pasamos horas allí, cambiando la intensidad y la frecuencia del misterioso baile de nuestros cuerpos, disfrutando de un nuevo olor, un nuevo sabor, un nuevo tacto. Ambas gozamos la suave sensación de la seda de sus sábanas en nuestra piel, mientras rotábamos las posiciones en el gran lecho púrpura.

Aquella noche, la cama, las blancas paredes y el negro biombo fueron nuestros confesores. Laura y yo sabíamos que sería algo único y exclusivo, y nos dejamos llevar. Hicimos todo cuanto nos plació, sin tensiones ni temores. Sabíamos qué queríamos, cómo y cuándo, y nos olvidamos de que el sol salió y de que era una preciosa mañana de mayo.

Después nos duchamos juntas y desayunamos.

- ¿Qué quieres? Tengo leche, zumo, frutas, cereales...
- ¿Café tienes?
- Sí, claro, también tengo café.
- Quiero un café. Café bien cargado... y caliente.

Forgiven Princess

1 comentario:

sonia dijo...

Nada mejor despues de una noche asi que desayunar en pareja
Un saludo.