4.8.08

Un último beso, el mayor regalo - Tercera Parte


Inquieta como estaba, Elena creía saber que el tal Miguel era su padre, y pensaba decirle de todo. Se había formado ya una idea mental de todo lo que le reprocharía, de los meses que había perdido de la vida de su hija, de lo mal que lo habían pasado ella y su madre...

De repente (o no tan de repente, pues el apuesto joven llevaba allí unos minutos) un chico de unos 26 años carraspeó levemente desde la puerta y, con un marcado acento catalán, le dijo:

-Hola, ¿eres Elena? Yo soy Miquel, encantado.

Elena, boquiabierta, balbuceó algo imperceptible. Estaba convencida de que sería su viejo padre el que cruzaría aquél umbral, y al ver a Miquel había perdido el habla. El muchacho se acercó lentamente, con paso firme y silencioso, hacia la mesa en la que estaba sentada. Tomo asiento frente a ella, y sirvió vino en ambas copas.

-Bueno... Ya sé que los chicos fueron muy bruscos, pero, ¿tanto me odias como para no decirme hola?
-Eeeh... Hmmm... Sí...S-soy Elena. Y... Hola.
-Eso está mejor. ¿Cenamos? Tengo hambre.
-Sí, claro.

Cenaron en silencio, observándose mutuamente. La joven lo observaba con desconfianza, y algo de reproche tildaba su mirada y su gesto, pero eso a Miquel le daba igual. Él la observaba con curiosidad, pues realmente no sabía prácticamene nada de Elena, sólo lo que debía hacer con ella.

Todos sus encuentros trascurrieron así, casi durante un año, él desayunaba, comía y cenaba con Elena. Nunca mantenían una conversación más allá del tiempo que hacía aquél día o de la comida. Hasta el aniversario de la muerte de la madre de Jonás.

Aquel día todo el castillo estaba silencioso, lo que en cierto modo reconfortó a Elena. Prefería recordar aquél día sin ajetreos y ruidos, como era propio en la vida del castillo. Sin embargo, pasaban las horas y no oía nada. Había permanecido en su habitación, y ya había pasado la hora de comer. Debería haber escuchado ruidos en la cocina, pero no.

Salió a ver qué ocurría y, al abrir la puerta, encontró su vestido negro colgado. Limpio, como hacía ya mucho, mucho tiempo que no lo veía.

El negro profundo de su tela le retorció el alma, y ese dolor se transmitió a su cuerpo. Cayó al suelo y, apoyada en el muro, lágrimas silenciosas corrían por sus mejillas para precipitarse sobre su pecho. Jonás... Cuánto lo extrañaba.

Aquél Miquel era muy agradable, simpático sin proponérselo, pero ella se dormía y se despertaba pensando en aquél muchacho que vivía unas granjas más allá.
Y cuando se levantó del suelo, entró a la habitación, con el vestido en la mano. Se desnudó, se lavó en la palangana y se puso una muda limpia. Encima, volvía a vestir aquél vestido que, un año atrás, había sido testigo de su gran amor por Jonás. Salió a la calle.

Llovía, por lo que llevó un paraguas, negro también, consigo.

Allí, bajo la luz de la suave luz de luna que se filtraba entre las nubes, y las mortecinas llamas de las antorchas, lloró su amor, y lloró aquél último beso...

Se dirigía a la sala en la que cenaban, cuando...



Forgiven Princess

P.D. Necesito un post explicativo, así que esta tarde os contaré la historia de Jonás.

2 comentarios:

tertulias para perogrullos dijo...

Si que has publicado estos días, anda que no tengo que leer ahora jajaja. Así que Miguel no es su padre, y por lo que parece no quiere nada de ella, esto empieza a parecerse a un culebrón jajajjañ. Saludos, habrá que ver como sigue.

Forgiven Princess dijo...

David:
Yo soy así de irregular, igual un día escribo 4 veces que estoy 4 días sin escribir.
Jejeje.
Miguel es un mandado, pero tenía que dejaros con la intriga :)
Un besazo!