14.10.09

Él (o Sin título, 1ª parte)


En tus ojos brilla todo aquello por lo que merece la pena luchar, le dijo una vez un viejo sabio en París.

El chico vagaba de ciudad en ciudad, buscando una fuente que apaciguara aquella insaciable sed de conocimiento que lo invadía día tras día desde lo más hondo de su ser. Roma, Florencia, Atenas, Berlín y Londres eran algunos de los nombres que aquella cada vez más larga lista ofrecía a los curiosos. Ni una, ni diez, sino hasta 50 capitales culturales habían nutrido los conocimientos de aquel joven que rondaba los 27 dulces años.

Sus cabellos de color avellana resplandecían bajo la luz de un suave atardecer otoñal de la capital francesa. Recortado contra un cielo naranja salpicado de nubes de sangre estaba el perfil del barrio de Montmartre. Los edificios se alzaban impetuosos, como intentando contrarrestar la claridad del día con sus sombras, que alentaban a la umbría noche a que se cerniera sobre la ciudad.

Las múltiples parejas de enamorados que paseaban acompasadamente por las calles de París se iban retirando a sus hoteles y hostales, y mientras tanto, él observaba todo aquello fumando desde una azotea.

Sus ojos azules penetraban allá donde mirasen cuando recorría la ciudad: las aguas del Sena, los muros de Nôtre-Dame, los árboles de las avenidas, la gente sentada en los cafés con tazas humeantes en las manos...

Una alfombra multicolor cubría ligeramente el suelo, mientras los antiguos portadores de aquellas hojas se mecían avergonzados con el viento, esperando la venida de la primavera y los nuevos brotes que ella traía, invariablemente, año tras año.

Aquel muchacho recorría la inmensa urbe que, décadas atrás, examinaron, disfrutaron, odiaron, amaron y vivieron genios del calibre de Victor Hugo, René Descartes o Edgar Degas. Aquel paisaje que combinaba deliciosamente modernidad y clasicismo, arte y practicidad, belleza y el descarnado espíritu cosmopolita propio de una gran ciudad. Aquel paisaje que se prostituía a fotógrafos, pintores y escritores por el simple y mero hecho de que todos pudiesen disfrutar de ella.

En su forma de actuar se denotaba su profundo interés por conocer todo aquello que pudiese. Abajo el racionalismo, arriba la experiencia empírica, esa era su doctrina. Incluso cuando estaba disfrutando de la compañía de un amante (no importaba su género, ya que debía experimentar todo y con todos), estudiaba meticulosamente todo lo que ocurría: los movimientos de la (o las) otra persona, sus reacciones, las sensaciones que él percibía, las formas del cuerpo, las texturas, los olores...

Aquellos que bien lo conocían, sabían que perseguía algo que la gran mayoría de los hombres ni siquiera adivinarían que existía. Los que no lo conocían tan bien, simplemente pensaban que era otro chalado, otro joven que acabaría muerto por darle demasiado trabajo a su aún tierno cerebro.

Las señoritas se extrañaban de que un muchacho tan bien parecido como aquel tan sólo tuviese relaciones esporádicas, y de que no se comprometiese con ninguna joven... Todas ellas se morían de ganas de disfrutar de la compañía de un hombre tan docto como aquel, del cual decían, además, que era un amante atento y generoso, y un compañero con un gran sentido del humor. Y ya contaba con 27 años... Debía de estar buscando a la mujer perfecta, pensaban... Una joya como aquella, de brillante mente en perfecto cuerpo, no podía ser entregada a cualquiera. Él debía estar destinado a alguien más parecido a él, alguien perfecto.

Y en aquel preciso instante, en el que ya caía el crepúsculo para dejar paso a los oscuros dedos de la noche, los verdes ojos de una muchacha restallaron como fulgurantes esmeraldas desde su rostro. Estaba asomada en la ventana del piso inferior al suyo del edificio de enfrente, y lloraba con lágrimas silenciosas y labios trémolos. El chico sintió curiosidad por saber quién era la que llovía tristeza desde su alma, y después lo invadió una intensa necesidad de calmar el sufrimiento de la chiquilla.

Frente al espejo se revolvió los cabellos para darles aquel aire travieso que tanto gustaba a las féminas con las que trataba habitualmente, se colocó la chaqueta y salió de casa.

Forgiven Princess

2 comentarios:

Rafa's dijo...

Muy chula la historia, pero me has dejado a medias, ¡en lo más interesante vas y lo cortas!

Anónimo dijo...

A las féminas.
^^

Un besote.