17.10.09

Ella (o Sin título, 2ª parte)


Qué esperar de un mundo que, día tras día, te golpea con fuerza para que caigas y te rindas. Qué esperar de un hombre que ama más la fortuna de tu padre que a ti. Qué esperar de un padre que vende tu juventud al mejor postor. Qué esperar de una madre pasiva que permite las tropelías de su marido sin hacer nada al respecto, pensaba entre lágrimas.

Tan sólo hacía 3 semanas de todo aquello, pero había conseguido salir de la situación. Aunque claro, de qué forma... Desheredada, dejaba detrás la fama y la fortuna, el lujo y los caprichos que siempre habían envuelto su vida, llenándola de banalidades, haciendo que todo su entorno fuese una gran burbuja compuesta de humo y degeneración. Sin esposo ni pretendientes, ya que ¿quién se casaría con una muchacha pobre, sin dote ninguna? Por muy bella y agradable que fuese, no podía imaginar quién sería el desgraciado que acertaría a casarse con ella sin recibir ningún tipo de beneficio de la unión.

Aquel intrigante hombre seguía sentado en el marco de la ventana. Los hombres, siempre temerarios, siempre despreocupados... Maldito idiota. Un día se caería. Al instante siguiente agitó la cabeza. Que todos los hombres que hasta entonces la habían rodeado fuesen unos cabrones sin alma no quería decir que los varones, por definición, lo fueran.

Le parecía una persona interesante, con aquel halo de misterio que le otorgaban sus extrañas prácticas y su vida aparentemente anodina y errática. No conocía su nombre, y dudaba que alguien lo supiese realmente... Aunque todo el mundo en París sabía de quién se trataba sólo con describirlo vagamente.

Sonrió amargamente mientras miraba al rojizo cielo que hacía que sus ansias de calmar la ira que sentía por dentro aumentasen. Para cuando, un par de minutos más tarde, bajó la mirada, el insondable joven había desaparecido de la ventana. Con una cruel ironía miró hacia la calle, por si su oscuro presagio se había cumplido. No, no era así. Gracias al cielo.

Sobre el balcón por el que desbordaban sus blancos y firmes pechos caía en amplias ondas una melena marrón oscuro, de aspecto suave. Sus ropas, de colores que bailaban entre claros turequesas hasta vivos violetas, hacían resaltar la palidez de su tersa piel, sobre la que destacaban el rojo intenso de sus labios y aquellos afilados pómulos rematados en rosadas y finas mejillas que revelaban sus escasos 20 años de edad.

Él pensó que la esencia de la belleza, si existía, estaba contenida en aquel cuerpo. Recordó las palabras del antiguo sabio: la Idea es original, es suprema, y es perfecta. Y pensó que aquella dulce moza, en su delicadeza, no podía sino ser el concepto de belleza, personificado para su perdición. Cayó enamorado al tiempo que sentía en el corazón el ardor de una flecha con que el caprichoso Cupido lo había atravesado.

14.10.09

Él (o Sin título, 1ª parte)


En tus ojos brilla todo aquello por lo que merece la pena luchar, le dijo una vez un viejo sabio en París.

El chico vagaba de ciudad en ciudad, buscando una fuente que apaciguara aquella insaciable sed de conocimiento que lo invadía día tras día desde lo más hondo de su ser. Roma, Florencia, Atenas, Berlín y Londres eran algunos de los nombres que aquella cada vez más larga lista ofrecía a los curiosos. Ni una, ni diez, sino hasta 50 capitales culturales habían nutrido los conocimientos de aquel joven que rondaba los 27 dulces años.

Sus cabellos de color avellana resplandecían bajo la luz de un suave atardecer otoñal de la capital francesa. Recortado contra un cielo naranja salpicado de nubes de sangre estaba el perfil del barrio de Montmartre. Los edificios se alzaban impetuosos, como intentando contrarrestar la claridad del día con sus sombras, que alentaban a la umbría noche a que se cerniera sobre la ciudad.

Las múltiples parejas de enamorados que paseaban acompasadamente por las calles de París se iban retirando a sus hoteles y hostales, y mientras tanto, él observaba todo aquello fumando desde una azotea.

Sus ojos azules penetraban allá donde mirasen cuando recorría la ciudad: las aguas del Sena, los muros de Nôtre-Dame, los árboles de las avenidas, la gente sentada en los cafés con tazas humeantes en las manos...

Una alfombra multicolor cubría ligeramente el suelo, mientras los antiguos portadores de aquellas hojas se mecían avergonzados con el viento, esperando la venida de la primavera y los nuevos brotes que ella traía, invariablemente, año tras año.

Aquel muchacho recorría la inmensa urbe que, décadas atrás, examinaron, disfrutaron, odiaron, amaron y vivieron genios del calibre de Victor Hugo, René Descartes o Edgar Degas. Aquel paisaje que combinaba deliciosamente modernidad y clasicismo, arte y practicidad, belleza y el descarnado espíritu cosmopolita propio de una gran ciudad. Aquel paisaje que se prostituía a fotógrafos, pintores y escritores por el simple y mero hecho de que todos pudiesen disfrutar de ella.

En su forma de actuar se denotaba su profundo interés por conocer todo aquello que pudiese. Abajo el racionalismo, arriba la experiencia empírica, esa era su doctrina. Incluso cuando estaba disfrutando de la compañía de un amante (no importaba su género, ya que debía experimentar todo y con todos), estudiaba meticulosamente todo lo que ocurría: los movimientos de la (o las) otra persona, sus reacciones, las sensaciones que él percibía, las formas del cuerpo, las texturas, los olores...

Aquellos que bien lo conocían, sabían que perseguía algo que la gran mayoría de los hombres ni siquiera adivinarían que existía. Los que no lo conocían tan bien, simplemente pensaban que era otro chalado, otro joven que acabaría muerto por darle demasiado trabajo a su aún tierno cerebro.

Las señoritas se extrañaban de que un muchacho tan bien parecido como aquel tan sólo tuviese relaciones esporádicas, y de que no se comprometiese con ninguna joven... Todas ellas se morían de ganas de disfrutar de la compañía de un hombre tan docto como aquel, del cual decían, además, que era un amante atento y generoso, y un compañero con un gran sentido del humor. Y ya contaba con 27 años... Debía de estar buscando a la mujer perfecta, pensaban... Una joya como aquella, de brillante mente en perfecto cuerpo, no podía ser entregada a cualquiera. Él debía estar destinado a alguien más parecido a él, alguien perfecto.

Y en aquel preciso instante, en el que ya caía el crepúsculo para dejar paso a los oscuros dedos de la noche, los verdes ojos de una muchacha restallaron como fulgurantes esmeraldas desde su rostro. Estaba asomada en la ventana del piso inferior al suyo del edificio de enfrente, y lloraba con lágrimas silenciosas y labios trémolos. El chico sintió curiosidad por saber quién era la que llovía tristeza desde su alma, y después lo invadió una intensa necesidad de calmar el sufrimiento de la chiquilla.

Frente al espejo se revolvió los cabellos para darles aquel aire travieso que tanto gustaba a las féminas con las que trataba habitualmente, se colocó la chaqueta y salió de casa.

Forgiven Princess

10.10.09

Área Joven FELGTB



No sé por qué colgarlo... Sólo sé que es muy real, que da ánimos a los que los necesitan, y que es genial que haya gente como estos chicos y chicas.

Forgiven Princess

4.10.09

Ella, la arena, el Sol y el mar


Alice miraba melancólica una puesta de sol a las orillas de una preciosa playa mediterránea. ¿Había pasado tanto tiempo? No se lo parecía... El agua era igual, la arena era la misma, y el brillo del Sol era tan cálido y amargamente alegre como siempre.

Cogió agua entre sus manos, y miró su reflejo. Aún era joven, pero el paso del tiempo mellaba sus mejillas. La redondez infantil había desaparecido tiempo atrás del óvalo de su rostro. Sus ojos reflejaban la frialdad y dureza que se espera del gris acerado, y la inocencia que los hacía brillar había sido violada por la realidad.

Su negro cabello caía en largas ondas sobre sus hombros, e incluso iba un poco más allá, por su pecho y su espalda, y al moverse con la brisa le hacía cosquillas suavemente.

Soltó el agua, y olió el mar. Salitre, algas... Había echado de menos aquello. Al fin y al cabo, ya llevaba 10 años sin volver. A lo lejos escuchaba una pequeña reunión de amigos, en una casa interna en el bosquecillo que bordeaba la playa. De él se desprendía el olor de los pinos y demás coníferas que lo componían. Imaginó que estaba en otro lugar, en el oeste de Grecia, donde había conocido a Neera, con la que pasó 3 grandes años. Cuantos recuerdos, cuantos buenos y desgarradores recuerdos...

El viento trajo consigo un aroma peculiar, que la devolvió al lugar en el que estaba como un anzuelo saca al pez del agua. Aquel perfume... No podía ser él. Se marchó cuando ella tenía 18 años, y desde entonces nadie supo nada de él. No podía ser él.

Habían pasado 15 años, pero ni siquiera sus mejores amigos habían sabido de él... Y ahora, precisamente ahora, ¿él había vuelto? Sin duda el destino de Johann era agriar sus momentos dulces, enturbiar su paz, remover su calma... Y ella no podía hacer nada para evitarlo.

En su interior un gran combate tenía lugar. Las ganas de girarse y descubrir su sonrisa, su pelo rojizo ensortijado y sus ojos color miel eran enormes... Y el odio, la necesidad de explicaciones no recibidas, la ira y otros sentimientos igualmente malos estaban allí. ¿Qué hacer? Decidió esperar.

La embriagadora fragancia continuaba siendo arrastrada por la brisa marina, pero por mucho que ella esperaba, él no se acercaba a tirarla a la arena. Un tanto mosqueada por la broma de su... De Johann, decidió darse la vuelta y cantarle las 40 a voz en grito.

¿Cantarle las 40 a qué? Allí sólo estaban ella, la arena, el Sol y el mar.

Forgiven Princess

You're out on the streets...



Hace ya 39 años que esta gran mujer voló de esta mierda de mundo, con su voz desgarrada, sus letras desgarradoras y su espíritu de lucha.
Era un alma libre, y decidió escapar.

Janis, aunque abandonases la Tierra hace ya bastante tiempo, siempre serás una leyenda del blues, y esa voz, y ese espíritu, perdurarán eternamente.

Y aunque muchos te olviden... Hoy, esta humilde princesa cuyo reino está olvidado, te recuerda.
Descansa en paz.

Forgiven Princess