26.4.09

Sad to say goodbye



Para las Ruvias más majas y más espeziales del mundo mundial y parte del extranjero (de la otra parte no sabemos ná :S):

Aquí os esperamos todos, ansiosos de vuestro regreso, con los brazos abiertos y el corazón preocupado, como una madre espera a su hijo cuando se va de fiesta.

Pero entendemos que tenéis que iros por los motivos que sean, y no nos queda más que desear que sea leve o, que por lo menos, pase pronto.

Nosotros seguiremos aquí, haciendo vida bloguera más o menos activa, pero pensando siempre en que nos falta un pedacito de ciberespacio: el pedacito más ruvio y chachi de todos.

No digáis adiós, tan solo... Hasta luego.

Forgiven Princess

Café caliente



Allí estaba de nuevo, pensé. Y esta vez no es una áspera manta, es su piel de verdad. Más suave, más blanca, más caliente de lo que suponía. Hundí un poco mis dientes en su piel, y después succioné ligeramente. Laura agarró mi camiseta en su puño. Aquello no dejaría una de esas horrorosas marcas. Era un trabajo perfecto.

Me separé de su perfecto cuello y le dije:
- Laura... Tengo el coche aquí al lado, al volver la esquina. ¿Quieres que nos vayamos a... un sitio más... tranquilo?
- Sí, sí. Entro a por las cosas y nos vamos - Se apresuró a contestar ella-.

Recogió su chaqueta de cuero y su bolso negro del guardarropas del local, y salimos andando rápidamente. Mi brazo envolvía su cintura igual que el suyo envolvía la mía. No fue fácil no buscar el amparo de cualquier portal en aquella oscura noche. Laura me arrastraba a ellos con una insólita fuerza.

A trompicones por el camino, llegamos a mi coche. Puse la música alta, y durante el camino mi ya poco sutil acompañante lanzaba su boca contra la mía cada vez que detenía el coche. James Hetfield acompañó perfectamente nuestra llegada a su casa, con el desgarrador Welcome Home Sanitarium de Metallica.

Ella bajó del coche y corrió a abrir el portal. Mientras tanto yo apagaba la radio y cerraba el coche. Cuando entré a su edificio, Laura esperaba impaciente sujetando la puerta del ascensor. Un 10º piso... Nos esperaban unos segundos bastante interesantes. Siempre me gustaron más bien poco los ascensores, me daba miedo quedarme encerrada. Sin embargo, aquél día habría pagado porque aquel elevador se hubiese detenido.

Ciegas por la pasión, besaba sus hombros mientras ella intentaba acertar con la cerradura. Abrió, entramos, y al cerrar la puerta Laura me empujó contra ella. Le quité la camiseta y empecé a tocar su torso semidesnudo. Tan suave, caliente y excitante como su precioso cuello de cisne.

Paramos en cada metro de pared, besándonos y acariciándonos. Como los caracoles dejan un rastro de babas, nosotras dejábamos un rastro de prendas de vestir, zapatos y ropa interior. Llegamos a la habitación central de su casa. Era una de esas viviendas modernas, el típico piso de soltero de teleserie americana. La habitación estaba separada del salón por un gran biombo con caracteres japoneses que, más tarde, Laura me dijo que eran el código de honor de los samuráis.

La levanté para dejarla sentada sobre la mesa. Ahora estábamos ambas desnudas, y el frío contacto de la lisa superficie de la mesa la hizo estremecerse. De nuevo mi boca se adueñaba de su cuello, y paseaba por sus hombros y su pecho. Primero tímidamente, después sin mostrar compasión por la víctima.

Sus manos dejaron de acariciar mi espalda y mi pelo para inspeccionar los recovecos de mi cuerpo. Ahora rozaba mi cuello, mi estómago, bajo el ombligo, mis pechos... Yo también gemía y suspiraba, y ahora fue ella la que, con firme determinación, bajó de la mesa de un salto y tiró de mi brazo hacia la gran cama de matrimonio que ocultaba el biombo.

Allí nuestros cuerpos se buscaron, jugando con caricias y besos suaves por todas partes. Después de entablar relación entre sí, nuestros cuerpos parecían entregados a una danza milenaria que ya conocían, antes de que nosotras nos conociésemos.

Pasamos horas allí, cambiando la intensidad y la frecuencia del misterioso baile de nuestros cuerpos, disfrutando de un nuevo olor, un nuevo sabor, un nuevo tacto. Ambas gozamos la suave sensación de la seda de sus sábanas en nuestra piel, mientras rotábamos las posiciones en el gran lecho púrpura.

Aquella noche, la cama, las blancas paredes y el negro biombo fueron nuestros confesores. Laura y yo sabíamos que sería algo único y exclusivo, y nos dejamos llevar. Hicimos todo cuanto nos plació, sin tensiones ni temores. Sabíamos qué queríamos, cómo y cuándo, y nos olvidamos de que el sol salió y de que era una preciosa mañana de mayo.

Después nos duchamos juntas y desayunamos.

- ¿Qué quieres? Tengo leche, zumo, frutas, cereales...
- ¿Café tienes?
- Sí, claro, también tengo café.
- Quiero un café. Café bien cargado... y caliente.

Forgiven Princess

23.4.09

El libro que quería ser libre

Hace un tiempo, cuando estaba inmersa en la lectura de un gran libro inglés, sin querer caí en brazos de Morfeo. Y mientras dormía, soñé que, sentada en una mesa, tomaba café con un libro. Y el libro me dijo así:

- ¿Sabes qué, princesa?

- ¿Qué pasa, libro?

- Que me he aburrido de ser libro. Siempre igual, no tenéis respeto por nadie. No es divertido ni agradable que lo abran a uno en canal día tras día, que lo escruten y examinen meticulosamente. Mucho menos que le doblen las hojas, o que lo pinten. Oh, que me pinten... Eso sí que lo odio. Yo no voy por ahí dejándome la tinta sobre nadie, no sé por qué he de cargar yo con la tinta de otro.

- Nunca lo había visto así... Entonces, ¿te hago daño al leerte? Lo siento, no era mi intención.

- No, daño no. Es molestia, porque, al fin y al cabo, nací para esto, y solamente vivo para ello. Pero... Mira, princesa, pasaran los años, y seguiré abriéndome y cerrándome. Los niños, si me leen, mancharán y romperán mis hojas. Tal vez termine olvidado en una estantería para los restos, y tal vez no pueda dormir ni una noche tranquilo porque un noctámbulo se entusiasme en mi lectura. ¿Entiendes ahora?

- Sí, sí... De veras que lo siento, libro. Procuraré cuidarte lo mejor que pueda, para que no amarilleen tus páginas y no se pierdan tus líneas.

- Aún así... No seré feliz. Me conservarás en una caja, envuelto en un paño, con un insecticida poco agresivo que mantenga a raya a las termitas y carcomas. Pero... Yo quiero ver mundo, princesa. Quiero viajar a Inglaterra, quiero conocer los canales de Venecia, descansar en un banco de Amsterdam y comer hamburguesas en Nueva York. Quiero ver un amanecer en la playa y un atardecer en la montaña, y una luna llena desde un barco. Quiero... Quiero todo eso y mucho más, princesa.

Me quedé muda, no podía imaginar que un libro, tan destinado por definición, tuviese tantísimas inquietudes como aquél me demostró. Y la verdad es que intenté ayudarlo. Lo metí en la mochila de cada amigo que viajó a un lugar de los que él me nombró en el sueño, y lo llevé conmigo en mis escapadas y excursiones.

Pasado un tiempo se comenzó a ajar lentamente, y me dio pena. Poco a poco, perdía sus hojas. Me di cuenta 4 años después de que comenzara a ''viajar''. Siempre le faltaban una hoja, dos, tres, a su vuelta.

Al final, en una escapada perdí la mochila, y con ella el libro. Pensé que jamás volvería a saber de él. Sin embargo, un día, mientras limpiaba la biblioteca, encontré una hoja que parecía de aquél viejo libro que me habló. Tan solo había escrita una palabra...

Gracias.

¡Feliz día del Libro a todos!
I feliç dia de Sant Jordi també!


Forgiven Princess

20.4.09

Café humeante


Una mirada huidiza me siguió durante toda la noche en aquél café. Te reías nerviosa mientras charlábamos. Cualquiera lo habría dicho: el cazador, cazado finalmente. La media sonrisa que me caracteriza brillaba espectante a la espera de tu próximo movimiento.

Fuiste al baño, y mientras tanto yo pedía las bebidas: whiskey para ti, café para mí. Whiskey... Interesante. ¿No bebes? preguntaste. No, es que tengo que conducir... Alegué yo. Empezamos a hablar sobre trivialidades. Algún deportista, algún cantante...

Dando el cante un chavalote salió por la puerta acompañado del de seguridad, y con seguridad nos metimos de lleno al arte, la música, la escritura. De ahí, a tus escritos. Y entre ellos, escritos, tus sentimientos, miedos, recuerdos... Qué atractiva puede ser la modestia de una ególatra narcisista como tú, pensé divertida.


Pasamos a hablar del pasado, y pasado el passado, nos adentramos en el futuro. Total, el presente está presente, ¿para qué presentarlo? Lo siento, dijiste por algo que no recuerdo. ¿Qué sientes? pregunté con doble intención. Así te sonrojé, a ti, que sonrojas a todos.

Durante unos segundos me miraste intensamente, y mientras agachabas la mirada te disculpaste torpemente y saliste del local. Fui tras de ti unos minutos más tarde, y allí estabas. Apoyada en la pared con una pierna, un cigarro en la mano.

Me puse frente a ti, cogí el cigarro de tu mano mientras te miraba a los ojos, y lo lancé lejos de ti. Agarré tu cintura con las manos y me acerqué a ti. Tu boca frente a la mía, escasos 4 centímetros de separación. Sentía tu respiración entrecortada en los labios, esperabas un beso. Pero no, eras tú quien debía lanzarse, yo nunca doy el último paso. Por fin lo hiciste, y cerramos los ojos mientras la pasión quemaba nuestras bocas.

Mi mano derecha se enredó en tu sedoso cabello, y entre tanto tus manos acariciaban mi espalda. Te levanté y rodeaste mis piernas con las tuyas. Apoyé tu espalda contra la pared, y sujeté tu cuerpo por el trasero, mientras que mi otra mano abría camino para que mi boca llegase a tu cuello.

La más pálida piel que he visto aparecía ahora entre los oscuros rizos de tu melena.
Acerqué mi boca a la albina superficie, y soplé suavemente. Escuché un suspiro, y tus piernas se encogieron al mismo tiempo. Después comencé a besarla lentamente. Más suspiros mientras manos inquietas corrían por mi pelo, por mis brazos, por mi espalda. Era el momento de asestar el golpe final.

Abrí la boca y la pegué a tu piel cerrando los ojos.
Al abrirlos, la suave piel ya no era suave. Era una áspera tela rojiza. La de mis sábanas. ¿Podía ser todo un sueño? Tan real, ¿tan incierto? Entré a la ducha aún perpleja, y al salir mientras me secaba, un mensaje llegó a mi teléfono móvil.

''Quedamos esta noche en el Café Baco? Besos, L." L... Tú... ''De acuerdo. A las 11 y media. Besos, A." Sonreí. Volvería a celebrarse una bacanal, después de veintitantos siglos.

Al llegar al café te excusaste, tenías que ir al servicio. Pídeme un whiskey, dijiste.
''Bien, yo tomaré café...''.

Forgiven Princess

14.4.09

Qué poquito me queda...


Papel en blanco, sudor, nervios, desesperación. Una respiración, dos. Concentración. Relajación. Escritura, pasión. Agobio, prisa, aceleración. Entrega, paz, descanso. Nerviosismo, necesidad, deseo. Y... Por fin. Conoces tu nota.

¿Nunca habéis hecho un examen?

Y pensaréis... Será vaga la tía, que en toda la semana santa, ni se asoma por aquí... Pues no. Porque una tiene exámenes y trabajos. Ya volveré a ser normal en junio. Dioses del Olimpo, ¿es normal estar más estresado en vacaciones que en clase? Y lo más importante... ¿Es sano?

Forgiven Princess

3.4.09

1992-2009



Era una fresca mañana como otras tantas. Amelia ya sabía medio andar y gatear, y campaba por el salón con su biberón, parándose de vez en cuando frente al televisor y bebiendo absorta.

Una ligera brisa anunciaba el buen día que iba a hacer, y algunos tímidos rayos de sol penetraban en la estancia a través de la ventana.

La niña gateaba feliz por la estancia, sin mayor preocupación que dónde está mi biberón.

Años más tarde, cuando supo hablar, pasaba los días contando historias sobre mundos inventados y príncipes y princesas que eran muy guapas. Quería ser princesa algún día, y tener su propio reino.

¿Quién iba a decirle a aquella niña que el mundo caería sobre ella algún día?

Pasaron los años, y ella, su hermana y sus padres se mudaron. Ahora vivían en una bonita casa. La casa tenía muchas plantas en el jardín, y sus padres compraban pájaros y otros animales que alegraban la vida en aquél lugar.

Era feliz en su nuevo cole, con sus nuevos amigos y su seño nueva. Cada navidad hacía de pastorcilla o de narradora en las obras de la clase, y se esforzaba por hacer bien los deberes.

La niña pensaba en qué cosas sucedían a su alrededor, y ayudaba a sus amiguitos si se hacían daño. Le gustaría ser médico de mayor, para poder curar a los niños que se hiciesen pupa.

Pasaron de nuevo los años, y se encontraba en el último año de primaria. Había vuelto a cambiar de colegio años atrás, y ahora contaba con un fantástico grupo de amigos y amigas. Salían por ahí a cenar, y a las 10 estaban de vuelta en casa, como muy tarde.

Hacían fiestas de pijama, y lo pasaban muy bien. Hacían deporte juntos, y lo pasaban muy bien. Empezaron los amoríos con los amigos, y las bromas y las tonterías.

Ya apuntaba maneras, y escribía algún que otro cuento.

Ahora han pasado los años, y Amelia ya es toda una joven bien formada. Se esfuerza en sus estudios, y tiene claro que dentro de unos años estudiará filosofía, aunque se muera de hambre.

Sigue teniendo muy buenos amigos, y de muy diversas edades y lugares, lo que la ayuda a tener una perspectiva más amplia del mundo.

Le encanta leer, escribir, dibujar y tocar el piano. Ama el deporte, y también sigue deseando poder ayudar a los otros.

Algunos la toman por loca, o por rara, solo porque no pasa el día pensando en motos, tabaco, alcohol y fiesta. Pero a ella le da igual. Lo que le interesa es saber, aprender, conocer, experimentar.

¿Quién dijo que la vida fuera fácil? ¿Quién dijo que sencilla? ¿Quién dijo que agradable?

Pero... ¿Qué clase de camino sería aquél que viniese todo rodado? Amelia piensa que las dificultades y estrecheces son retos. Y no hay nada que le guste más en este mundo que un buen reto por superar.

Forgiven Princess

P.D. ¿A que era más mona de pequeña?